He querido visitar la zona donde se desarrolla uno de los capítulos centrales y más oscuros de mi nueva novela, en el barrio de Arganzuela. Ya hablamos, en una entrada pasada, del primero de los edificios que he visitado. Se trata de la fábrica de cervezas El Águila. Este auténtico monumento industrial estuvo a punto de ser derribado cuando la empresa, tras su compra por una multinacional holandesa, abandonó las instalaciones por otras más modernas. Finalmente el conjunto fue declarado bien de interés cultural y se restauró en lo que se pudo, pasando a ser hoy día el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, el Depósito Legal, la Biblioteca Joaquín Leguina y la sala de exposiciones “El Águila”. No se salvaron todas las edificaciones y si comparamos un antiguo grabado con su estampa actual podemos comprobar la pérdida.
A pesar de todo, la labor de restauración y conservación ha sido correcta y gracias a ello podemos disfrutar de una parte de su esplendor. Merece la pena pararse a contemplar dos de los edificios del complejo, la antigua maltería y el edificio de administración.
El edificio o sala de maltería tiene aire de catedral pues tras una nave central larga se dispone una especie de ábside del que sobresale una gran chimenea que expulsaba el humo del horno de secado. En su interior había una sala rectangular donde se esparcía una capa de cebada que tenía que alcanzar una cierta temperatura y grado de humedad para que comenzara a germinar; este proceso duraba varios días y durante el mismo el maestro cervecero y sus encargados se ocupaban de remover y orear la cebada, a la que luego se sometía a un secado que disminuyera la humedad al mínimo. Con todo este proceso se conseguía sacar el almidón y los azúcares de la cebada. Mirad que bonito edificio industrial.
El otro edificio singular es el de administración. Aquí el racionalismo deja más sitio al arte neomudéjar, y los azulejos decoran sus cuatro fachadas, con el escudo, el nombre de la empresa y el cartel de lo que aquello era: fábrica de cerveza.
La fábrica da la espalda a la calle Bustamante, hasta la que me fui para encontrar la casa de Isabel, el personaje protagonista del oscuro capítulo en cuestión. Ella vivirá en el semisótano de esta sencilla casa y trabajará en la fábrica de cerveza.
Muy cerca de la fábrica se encuentra la antigua estación de Delicias hoy convertida en museo del ferrocarril. Lo cierto es que la conservación y disposición de toda esta zona deja mucho que desear porque la ciudad de Madrid no siempre es amable con su patrimonio. En esta foto se puede ver a la izquierda la fábrica, en primer término con unos tejados rojizos la actual estación de cercanías de delicias y al fondo el tejado de la antigua estación de Delicias.
La estación merece ser restaurada y dignificada, reordenando y ensalzando los accesos y reparando la cubierta. No fue Eiffel su constructor sino su compatriota Émile Cacheliévre, pero con métodos constructivos igualmente novedosos.
Aunque la estación era de término y regulaba el tráfico hacia el oeste del país, fue dispuesta con dos naves laterales que servían de entrada y de salida de viajeros, respectivamente, como se hace en las estaciones de paso.
Desde la estación se puede contemplar la silueta de la cercana fábrica de cerveza, por lo que el transporte de un lugar al otro era muy sencillo. La estación se cerró en el año 1969 al público y en el año 1970 a las mercancías.