el odio que anida en mi calavera.
Sacarme de un mordisco que doliera
la miseria y luego el remordimiento.
Desollar de mi sombra el sufrimiento
con un látigo atroz hasta que muera.
Echarme por la culpa ardiente cera
y quemarme la carne y el aliento.
Dejadme que me escuezan las heridas
que hurguen mis úlceras las alimañas
que restriegue mi piel con la arpillera.
Seguid, ni suspiréis, con vuestras vidas.
Vetadle a vuestros hombros mis legañas
y atrancadme la puerta desde fuera.
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