mi hambriento corazón muere de pena
y un hueco de amargura se le llena
ahíto de recuerdos y añoranzas.
Mi ojos no soportan más mudanzas
de lágrimas que caen sobre la arena
resecos de un dolor que los condena
con sus cristales de sal como lanzas.
Dejad que me devoren los gusanos,
dejad que me convierta en calavera,
cavadme el agujero con las manos.
No queda ya en la tierra quien me quiera
y solo tengo músculos insanos
que exigen contumaces que me muera.
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